viernes, 9 de julio de 2010

Fe Y Soledad (Cuento)


Luego de mucho tiempo sin jugar hockey, por fin volví a reunirme con mis amigos en el parque de siempre a las seis de la tarde. Mi alegría era demasiado notable y obviamente tampoco podía disimular mi entusiasmo, no paraba de correr aunque me había desacostumbrado a eso.

Cuando mis piernas y mi espalda ya no daban más y mi transpiración se volvió algo realmente molesto, por fin terminamos el partido y nos sentamos a descansar y a tomar gaseosa en el banco de siempre. Realmente extrañaba esos momentos con mis amigos.

Reímos, discutimos y contamos todas nuestras novedades: cómo iban nuestros estudios, cómo estábamos con nuestras parejas y otro tipo de charlas entre amigos que también extrañaba.

Cuando me levanté para irme porque ya era tarde uno de ellos me dijo que tuviera cuidado con el fantasma que había aparecido en las noticias. Yo simplemente me reí y empecé a caminar.

A unos pocos metros de allí, debido a lo que me dijo mi amigo, empecé a recordar todas esas veces que hablé con ellos de fantasmas y de religiones. Casi todos eran creyentes, pero yo no creía en absolutamente nada. Sólo creo en la lógica, en la suerte y en las casualidades.

No creía que existiera un ser superior que pueda estar en todos lados al mismo tiempo observando nuestras acciones y que fuera capaz de crear vida a partir de la nada.

Tampoco creo en un Más Allá, la simple idea de la existencia de un alma me parecía ridícula. Tal vez suene cruel para algunas personas, pero creía que las personas mueren y ya, no vamos a ningún lado. La vida después de la muerte fue una invención para calmar a las personas que le temían demasiado a la muerte.

Mis pies me dolían demasiado y mi sed había vuelto pero no tenía dinero ni siquiera para pedir un taxi o para comprar algo para beber.

Mientras caminaba por una calle oscura empecé a sentir un leve dolor de estómago. A pesar de mi edad y de mi fe en la lógica, no podía evitar sentir eso cada vez que pasaba por la oscuridad de ese camino y eso me daba furia.

Sabía que nadie se enteraría y tenía muchas ganas de llegar a mi casa así que empecé a apurar mi paso. Todo iba bien y estaba a sólo cuatro cuadras de mi hogar hasta que vi la sombra de un animal, no pude ver qué era, y me sobresalté. Pero lo que más recuerdo de ese momento es que cuando vi esa sombra dije algo que jamás pensé que diría. Dije “Oh, Dios”.

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